martes, 23 de diciembre de 2008

Ilustración de ANTIGUA I, por Patricia Jastrzebski

Las mujeres antiguas tienen un surco que les atraviesa el cuerpo, por donde resbalan los sueños. Los sueños propios y los ajenos, los prohibidos y los no tanto, con visiones encantadas o pesadillas truculentas. Sueños actuales o de otra época, unos de aquí o de más allá. Muchos sueños, demasiados sueños para un solo cuerpo.
Por eso, a pájaro de vuelo, de un vistazo nomás se las puede ver tropezando en la calle.
Si uno acerca el ojo, las puede ver mirando el cielo, aunque el tiempo las eternice buscando las estrellas para orientarse.
Las mujeres antiguas se pierden fácilmente. A veces están en ninguna parte. Y el espacio de los sueños las confunde.
Tienen en la cara el asombro.
Tienen en las manos la caricia.
Tienen en la boca el verbo.
De hierro y de seda caminan,
sostenidas a la rama de un amor o sentadas sobre la espera.

Graciela Vega

sábado, 15 de noviembre de 2008

sábado, 1 de noviembre de 2008

sábado, 18 de octubre de 2008

lunes, 22 de septiembre de 2008

No instantánea



Si acerco la vieja cámara de fotos al ojo y me tapo con un trapo la cabeza
puedo ver unas pequeñas manos femeninas
sensibles al mínimo roce
tiemblan
aletean y giran
dan vueltas en el aire
como si tuvieran la palabra justa
y quisieran soltarla
lejos
incierta.
Si la alejo y el trapo se descorre
veo dos manos olvidadas como dos nueces
después de actuar de carabelas de Colón.
Si la acerco otra vez
con todo el ímpetu del cuerpo y el trapo se vuela
solo veo manos que se ocupan
firmes y seguras
a que algo se revele
en una copia no instantánea.

Graciela Vega

martes, 16 de septiembre de 2008

¡Qué sorpresa!

Ese anciano tan tierno que tuve la suerte de conocer el año pasado está armando su blog. Es todo un anuncio. Por los que fruncen la nariz y lo sienten poco serio (al blog)... me da satisfacción leer esto. Y para los que empezamos a conocer el medio... me llena de esperanza.
Qué gusto pero... qué gusto, don Saramago!!!

http://blog.josesaramago.org/por/?p=197&lang=es

Un cariño,
Graciela

sábado, 30 de agosto de 2008

Otro viaje... otro cuento (publicado en Billiken).




El viaje de Zelmira

Por Graciela Vega
Ilustró: Silvana Benaghi

Apenas había bajado de su vieja escoba. Volvía de una andanza nocturna, de esas que le llenaban la cabeza de bichitos de luz. Entró por la puerta de atrás y se sacudió entera para no arrastrar la noche dentro de su casa. Alguna luciérnaga siempre entraba con ella y la iluminaba hasta la cama. Pero esta vez las luces estaban prendidas y en un sillón la esperaba su amiga Amorina, con cara de complicación.
- ¿Y ahora qué?- le preguntó Zelmira sin vueltas.
- ¡Buenas!
- ¿Qué hacés acá a esta hora?
Amorina se paró y le entregó los pasajes que tenía en la mano.
- ¿Qué? ¿viajar a África? ¡Ni loca!- chilló Zelmira.
- ¿Por qué?- insistió su amiga.
- Guardá eso, sabés que no viajo en avión.
- Pero… mi primo Yaco quiere que vayas.
- ¿Y qué hace Yaco en África? ¿Se hundió en un pantano?
- No.
- ¿Se enredó en el cuello de una jirafa?
- No.
- ¿Entonces qué?
- Anda buscando caracoles en el Sahara.
- ¡Qué novedad! El desierto fue mar alguna vez.
- Pero vos sabés cómo guiarlo, te fascina ese lugar. Dale, Zelmi.
La brujita cerró los ojos un instante y se imaginó caminando por el desierto. Le pareció que la arena le cosquilleaba en los pies al recordar lo que tantas veces había contado su abuela rebruja.
- Sí, es una buena causa ir a buscar caracoles, dijo Zelmira.
- ¿Y entonces?
- Mi escoba está vieja para semejante distancia y en avión, no viajo.
- Animate, Zelmi.
Y Zelmira sintió que su cuerpo se estremecía. ¿Volar en ese aparato tan grande? ¿Remontar vuelo sin sentir el aire fresco en la cara? ¿Cómo sería eso? Usó su corazón como brújula. Toda la sangre en él le marcaba ir al Sahara. El desierto era un imán que la impulsaba. Lo intentaría.
………
A Zelmira el avión le pareció una lata enorme. Le desconfiaba. Pero, sin chistar, se acomodó en el asiento del lado de la ventanilla. Y esperó. Hasta que sintió ronquido de las turbinas. Pegó su cara al vidrio y vio cómo a lo lejos circulaban unos vehículos extraños, repletos de valijas. Amorina se sentó a su lado y se puso a leer una revista. Zelmira siguió paso a paso las instrucciones de la azafata para iniciar el vuelo. Se puso el cinturón bien apretado. Mientras el ruido crecía, su corazón iba imitando ese sonido. Latía fuerte. Y, de pronto, como empujado por varios caballos, el avión comenzó a andar… - ¡Ayyy!- gritó Zelmira. La cabeza se le hundió en el respaldo. Las piernas temblorosas se afirmaron en el asiento de adelante. El cinturón la mantuvo quieta mientras el avión levantaba vuelo. Amorina la miraba de reojo, casi aterrada de lo que pudiera hacer o decir su amiga. Sin embargo, cuando el avión flotó en el aire y las nubes rozaron las alas, Zelmira largó una lagrimita pequeña de emoción que rodó por el pasillo como un confite. ¡Qué lindo parecía el cielo desde un avión! ¿Por dónde andarían las escobas de las otras brujas? Más abajo que ella, seguro. ¿Sería la bruja que volaba más alto? Había transcurrido el tiempo breve de mirarlo todo, cuando el avión hizo el descenso. Allí estaba Yaco, esperándolas. No tardarían en dejar las valijas en el hotel y en salir en busca del desierto. Zelmira se dejaba llevar, mirando el cielo.
…….
Una pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar. Su amiga y Yaco han quedado retrasados. Zelmira no puede contener el deseo de andar. ¿Imagina o es un espejismo? ¡Uauh! En sus ojos, un mar despliega olas gigantes. Los caracoles bailan en el rulo de la espuma. El sol del Sahara la agobia. Entonces, apoya la mano derecha sobre su corazón brújula y la sangre se agolpa con ruido. El corazón salta como una carcajada y le indica que siga la huella. - ¿Qué huella?- piensa Zelmira, pero no tiene dudas de que encontrará alguna.
- Vamos, remolones- grita. Y la pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar.




Rozando los bordes del mapa




La nota sobre Inmigrantes, en Billiken, fue una de las que más disfruté. Siempre me gustó escuchar los relatos de aquellos que dejaron su tierra natal "en busca de". Con la geografía a favor o en contra. Cada vez que ellos cuentan... siento el desgarro como si fuera mío. Repaso de memoria: la ilusión que los movía hacia lo incierto. El desapego, la nostalgia, el mirar atrás y adelante en forma aleatoria. Detenerse y seguir. Las desilusiones como marco.
Más de una vez, corrida de esta mirada, pude ver con sorpresa la serenidad de los pobladores que no se han movido de la tierra. Entonces, me fluían preguntas y preguntas... Y me ponía a pincelar de manera rústica una clasificación entre: los que parten, los que se quedan, los que siempre parten. Así, de forma casera. Pensé: ¿Qué nos hace nómades a algunos mortales? Esa necesidad de andar... será que la ilusión se alimenta con levar las velas, treparse a lo que sea y partir. Y volver. Y necesitar volver para volver a salir.
Me remontaba al primer viajero de mi vida, mi Ulises, mi abuelo Nicola. Los relatos de sus andanzas por el África, la guerra, su serena prisión en una farm de Inglaterra. No olvido sus piernas llenas de marcas de proyectiles, siempre que él se sentaba en su banquito verde y se ponía a contar... yo le arremangaba el pantalón y miraba esos surcos marrones. Imaginaba, desde muy pequeña, que el mundo era demasiado grande y que seguramente había monstruos en él.
Hoy Nicola cumpliría sus 95. Y saldrá en la tapa de la Billiken. Una pequeña foto. Un inocente homenaje. Casi desapercibido como su vida. Dejó una sola semilla, mi madre. A punto de partir también, quién sabe a qué orilla. Salvo por la imaginación del Dante... hay viajes que no se sospechan.
Y me fui de lata. Los viajes. Los viajeros. A los que les bulle la sangre y no hay como quitarles esa obsesión: andar... para ir y venir. Será que no es tan grande el mundo entonces. Mientras viajan, rozan los bordes del mapa. Y lo real y lo ilusorio... ya no existen.


Graciela Vega

jueves, 28 de agosto de 2008

sábado, 16 de agosto de 2008

Regreso a casa




Una mujer antigua viaja en colectivo
con un almohadón de plumas atado al pecho,
armadura que instala esa distancia que otros tienen
pero que ella no,
porque el corazón de las antiguas
está pegado a la piel.
A veces duerme parada
con los golpes que la acunan
y sueña sueños de colectivos
breves
apurados
de ventanilla abierta
con curvas cerradas.
Son sueños para el viento
para perderlos al bajar.


ANTIGUAS, de Graciela Vega.

martes, 5 de agosto de 2008

Un viaje por la Feria del Libro




Otra Antigua

(Para Gloria Flamenca)

De tanto en tanto, las mujeres antiguas también pelean. Aunque no saben rabiar a gritos, ni patear el pecho del oponente para derribarlo con aires de victoria. Pero pelean. Y el adversario queda desarmado por la sorpresa, la duda, o el encantamiento. Porque ellas surcan el abismo por un cañadón, toman la distancia exacta para estar cerca y al alcance de los sentidos del enemigo. Oyen el viento. Respiran profundo. Se rodean el cuerpo con sus propios brazos y se conectan con la memoria visceral. Abren los ojos salvajes como cuevas negras y, sin mover los labios, exhalan un canto que golpea las piedras. Brutal audible llanto.
El enemigo quiere responder y se arma de puños, de gritos y de palabras.
Da un paso y tambalea.
El eco en el cañadón lo encierra y lo derriba.
Porque no puede
ni sabe
ni tolera dominar.


Del libro Antiguas, de Graciela Vega

sábado, 19 de julio de 2008

La Princesa Viajera, de Silvana Benaghi























Un repollo colorado me llevará lejos cada vez vaya a la verdulería. ¿Un pasaje? ¿Una vuelta en globo? El verdulero, que me conoce, me dará el más tierno y brillante. ¡Qué viaje para mirar!

Yavi Chico







Humberto Mamani, arqueólogo jujeño, acaba de mandarme estas imágenes del Museo. Trato de recordar la breve estadía allí... los gestos de los pobladores... la fuerza salida desde la piedra y el viento.
No olvido la pregunta de alguien que estaba conmigo mientras yo miraba asombrada el paisaje: -¿Usted viviría aquí?
Y mi respuesta inmediata: -Un tiempo... hasta...
Y el silencio que me vino como un rayo. Y me partió al medio con preguntas viejas.
La respuesta mediata aún no la sé. Sigo admirando esa fuerza. Aquí está Yavi Chico...

domingo, 13 de julio de 2008

viernes, 11 de julio de 2008


Antigua I

Las mujeres antiguas tienen un surco que les atraviesa el cuerpo, por donde resbalan los sueños. Los sueños propios y los ajenos, los prohibidos y los no tanto, con visiones encantadas o pesadillas truculentas. Sueños actuales o de otra época, unos de aquí o de más allá. Muchos sueños, demasiados sueños para un solo cuerpo.
Por eso, a pájaro de vuelo, de un vistazo nomás se las puede ver tropezando en la calle.
Si uno acerca el ojo, las puede ver mirando el cielo, aunque el tiempo las eternice buscando las estrellas para orientarse.
Las mujeres antiguas se pierden fácilmente. A veces están en ninguna parte. Y el espacio de los sueños las confunde.
Tienen en la cara el asombro.
Tienen en las manos la caricia.
Tienen en la boca el verbo.
De hierro y de seda caminan,
sostenidas por la rama de un amor
o lanzadas sobre una espera.

Antiguas, Graciela Vega

martes, 8 de julio de 2008

PEREGRINAS


Comenzar por el final. No, no creo que este sea el final. Tal vez sólo sea el inicio de un final. Sabiendo que desde un punto siempre empieza otro del que nadie sabe nada. La hoja en blanco de la vida. De la misma manera en la que ahora mi mano se pone a escribir esta historia, hace mucho tiempo nuestros pies se pusieron en marcha. Nos largamos como peregrinas sin conocer más que el nombre del sitio al que queríamos ir. Ahora, en esta habitación que huele a madera añosa, saco mis papeles de viaje. Solo falta que los vaya ordenando en el relato.
No sabíamos entonces de la existencia de otras como nosotras. Otras peregrinas. Cada una iba por su propia cuenta. Nos había surgido la idea del viaje después de escuchar el relato de Matilde en el noticiero del mediodía. La historia no era breve pero la presentaron rápidamente. Era el testimonio de una mujer que había caminado hasta Corrientes para casarse en la iglesia de Mburucuyá, en señal de agradecimiento al Patrono del pueblo: San Antonio. Mucho después supimos quién era Matilde y por qué había caminado tantos kilómetros, surcando el miedo y la ignorancia por un camino sin mapas. Nada más lejano a lo que habíamos escuchado en la televisión.
Recuerdo que, mientras sacaba las milanesas del horno, me había preguntado “¿y por qué no voy?”. Sabía que caminando no iba a llegar y ni siquiera me atreví a planearlo. Pero si allí había sucedido el milagro, yo quería ir a husmear, confrontar mi materia humana con una sola evidencia celeste. Una sola tenía que bastar para transformarme en una peregrina.
Peregrinas, de Graciela Vega

domingo, 6 de julio de 2008

Hubo un paso...


El misterio inicial latente en cualquier viaje es: ¿cómo llegó el viajero a su punto de partida? ¿Cómo llegué a la ventana, a las paredes, a la estufa, al cuarto mismo? ¿Cómo es que estoy bajo este techo y sobre este piso? La respuesta sólo puede ser conjetural, sujeta a argumentaciones a favor y en contra, materia para la investigación, las hipótesis, la dialéctica. Me es difícil recordar cómo fue. A diferencia de Livingstone cuando se adentraba en lo más remoto del África, yo no tengo mapas a mano, ni un globo de las esferas terrestre o celeste, ni un plano de montes y lagos, ni sextante ni horizonte artificial. Si alguna vez tuve brújula, hace mucho que la perdí. Empero, tiene que haber alguna razón que dé cuenta de mi presencia aquí. Hubo un paso que me colocó en dirección a este punto y no a cualquier otro del planeta. Debo pensarlo. Debo descubrirlo.

Louise Bogan, Viaje alrededor de mi cuarto.

Sierras de la Vida

La Puelcheana

Por Graciela Vega


Al pie de la sierra más alta de Lihué Calel, debajo del alero de piedra, Puelcheana y Kurá guardaban las mantas de piel de guanaco y una pila de leña. El hombre salía a cazar animales. La mujer recolectaba semillas. Sobre la roca habían dibujado sus nombres con ceniza y raíces. Por las tardes les gustaba subir a la montaña, haciendo equilibrio entre las piedras. Saltaban esquivando las espinas. Se desafiaban para ver quién de los dos llegaba primero a la cima. Siempre ganaba Puelcheana que conocía los atajos y las huellas de los animales como nadie. Arriba, mientras esperaba a su marido, se sentaba a mirar la inmensidad.
Ese día de agosto, Puelcheana se refregó las manos para entibiarlas y las miró. Ásperas y pequeñas. Como el desierto. Las grietas de la piel mostraban el relieve de las venas azules que se afinaban, engrosaban y desaparecían. Levantó la cabeza y buscó a Kurá. Cielo y sal por todos lados, solo las sierras protegían del viento y ofrecían un poco de agua para beber .
Esta vez algo le oprimió el pecho. Se estremeció y buscó abrigo en el viento. El paisaje desolado de las sierras pampeanas se dibujaba hacia abajo. La sal, extendida como un manto sin límite. Siendo niña la había llevado por primera vez a su boca. Y la sed volvió a su memoria. Amaba ese lugar en donde había nacido y era feliz. Solo que a veces, cuando rugía el volcán, ella y Kurá pensaban en partir hacia el llano. Pero Puelcheana no estaba convencida, no podía imaginar una vida fuera de las sierras.
Ella apretó su cabeza entre las rodillas y así, acurrucada, sintió los latidos de su corazón. Respiró profundo y levantó la cabeza. Por el desfiladero, allá abajo, venía Kurá. Lo vio subir y empezó a bajar a escondidas para sorprenderlo. De pronto percibió el temblor de la montaña. El susto le había contraído el pie izquierdo. Como a uno de esos flamencos que había visto en la laguna del salitral. Atenta estaba. Oyó la voz del volcán a lo lejos. Hubiese querido estar en el refugio con Kurá, entibiándose junto a su cuerpo. Bajó el pie izquierdo y la montaña tembló nuevamente. El volcán no callaba. Puelcheana se puso de cuclillas y se abrazó. De repente se puso de pie y gritó. Después corrió, saltó de roca en roca, arañando su cuerpo al tropezar. Cayó. Se levantó una y otra vez. Kurá la llamaba para bajar y huir. Le gritó:
- Puelcheanaaaa...
Entonces la montaña se partió. Kurá cayó a un costado de la grieta.
- Puelcheanaaaa…
Ella se paró sobre una piedra grande y se mantuvo firme.
Un nuevo temblor. Ella se balanceó sobre la piedra. La grieta se hacía profunda. Ella quedó de un lado; él del otro. Puelcheana lloraba ahora. El cuerpo no le respondía. Saltar o quedarse. No tuvo tiempo para pensar y su corazón decidió. Si sus pies hubiesen huido antes de que bajara la lava… de que se profundizara la grieta...
Kurá, su compañero... pero el deseo de permanecer fue más fuerte.
Primero fueron los brazos los que se extendieron y se fueron afinando hasta terminar en dos puños, de los que brotaron espinas. Le siguieron los pies que se hicieron raíces y se hundieron en las uniones de las piedras. Pronto todo el cuerpo se alargó y se puso verde cubierto de blancas y filosas agujas. Y del pecho brotaron flores, las primeras flores del cactus que acababa de nacer.
…………………………

El cactus llamado Puelcheana solo crece en estas sierras. Los paisanos suelen llamarla también “Traicionera” porque, bajo el aspecto inofensivo de sus flores anaranjadas, las espinas asoman como dientes. Si alguien la toca ella teme que la saquen de su lugar. Entonces las usa para lastimar al osado, abriéndose en su carne y desgarrándolo sin compasión.

viernes, 4 de julio de 2008

Lihué Calel


Una mujer antigua, cada luna nueva, desea viajar en el tiempo y transitar el espacio. Entra en discusión: de su mano izquierda nace el camino de ripio hacia el silencioso volcán. De su mano derecha, la ruta sinuosa hacia el pueblo que crece en sonidos.
Ella se sienta en la línea media, entre el andar a pie o ponerse los zapatos.
Y en su corazón un mojón divide los recuerdos del pasado de las promesas futuras. Entonces, junta las manos y se demora sentada en la piedra más alta del cerro.
Mira el horizonte amplio donde el salitre construye espejos que la confunden. El volcán trae el dolor, la ciudad el miedo. En el cielo se juntan un cóndor y un gorrión, el asombroso aleteo del ave rapaz y la doméstica hibrides de un pájaro mendigo. Intuye que no es el momento para andar y la aventura se posterga hasta el próximo ciclo.

Graciela Vega, Antiguas.

jueves, 3 de julio de 2008

Viajera Adela

VIAJES Y LIBROS
Por Adela Basch

Ponencia presentada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, 2003.


Una vez leí un libro muy interesante y muy peculiar. Su principal peculiaridad es que su existencia nunca se pudo comprobar. Sea como sea, leí en ese libro que en determinadas circunstancias nos encontramos con dos o más palabras vinculadas entre sí por una notable relación de coherencia que une el mundo de las cosas con el de los sonidos. Tal es el caso del nombre Patricia o Patricio cuando los porta una persona que vive en el barrio de Parque Patricios. O el de una balsa construida con madera balsa. O el de una barra de manteca envuelta en papel manteca.
Desde nuestra gran ignorancia humana – es tanto lo que desconocemos - y también desde cierto candor o inocencia – propios de los niños y de su universo, que incluye los libros y la lectura que hacen de ellos - podríamos decir que hay una relación de naturalidad en estos casos. ¿En qué barrio es natural que vivan patricia o patricio sino en Parque Patricios? ¿Con qué se va a construir una balsa si no con madera balsa? ¿Con qué se va a envolver una barra de manteca si no con papel manteca?
Una vez le pregunté a una nena cómo se llamaba. Y me dijo: -Malena, ¿cómo querés que me llame? Para ella era totalmente natural que se llamara como se llamaba.
Tal vez alguien se esté preguntando qué tiene esto que ver con el tema que hoy nos convoca, “Los viajes en los libros de la literatura infantil y juvenil”. Desde mi punto de vista, entre los viajes y la literatura existe la misma relación que mencioné antes entre llamarse Patricia o Patricio y vivir en Parque Patricios.
La literatura es por sí misma un viaje. Y para ser sumamente original voy a decir que es un viaje de ida. Para hacer el viaje de vuelta, una vez terminado un libro habría que volver a leerlo pero de atrás hacia adelante. O como dijo alguien alguna vez, leerlo traducido al hebreo o al árabe, lenguas en que se escribe de derecha a izquierda y no de izquierda a derecha como en la nuestra y en la que la tapa del libro se ubica donde para nosotros está la contratapa.
Un viaje supone un partir, un punto de partida. Partir es en primer lugar, romper, quebrar. Para que la relación se nos vuelva insoslayable, podemos pensar en el sustantivo parto, obviamente emparentado con partir y que deja ver que algo se rompe, en este caso la bolsa, para dar lugar a un nacimiento.
Partir, viajar, significa dejar el lugar en que se está para dirigirse a otro. Y eso siempre ocurre al leer. Dejamos todo lo inmediato para ir, por ejemplo, a la página de un libro y adonde ésta nos lleve.
Por eso, en mi parecer, todos los libros son libros de viajes. En algunos casos el viaje es expreso. Y, en otros, es menos explícito. Cuando el viaje es expreso, es muy rápido.
La idea de partir, de tener una partida, también está ligada a ser parte de algo, a participar. Viajar es, cuando menos, participar de un trayecto, de un recorrido, de un desplazamiento. Desplazarse, es decir, salirse de una plaza.
En ese desplazarse muchas veces se va de plaza en plaza, y es sabido que las plazas son lugares muy apropiados para leer un buen libro.
Es indudable que hay una estrecha relación entre un viaje, que es una travesía, y la literatura, que es una travesura del lenguaje.
Travesía y travesura son dos palabras emparentadas por su origen, por su etimología. Ambas provienen del latín transversus, que quiere decir algo así como a través de, lateralmente, de un lado a otro. Podríamos decir que tanto la travesía como la travesura son fenómenos que tienen lugar a través de algo. El viaje, a través de la distancia, y la literatura, en muchísimos casos, a través del verso. No en vano La Ilíada y La Odisea de Homero y tantos otros grandes libros de la literatura universal han sido escritos en verso. No en vano al viajar y encontrarnos en un espacio distinto del habitual muchas veces nos atrevemos a hacer travesuras que en el lugar en que vivimos no hacemos y no en vano al escribir y leer también nos embarcamos en situaciones que en la vida común tendríamos miedo de enfrentar. Y no en vano los escritores somos versados en algunas cuestiones y verseros en otras.
La literatura está muy relacionada con los viajes. Por eso es frecuente ver personas que leen en los vagones de los trenes o subterráneos, en los colectivos, en los barcos, en los aviones.
También por eso, una biblioteca o una librería son como una agencia de viajes. Y un libro es un tren, un barco, un auto, una bicicleta o un avión, que nos lleva a otro lugar. Sin pasaporte, sin visa y sin demasiados trámites ni gastos.
Los estudiosos de este tema sostienen que hay lecturas apropiadas para viajar en determinados medios de transporte; y otras, más indicadas para otros.
En ese sentido, lo más apropiado para leer en un viaje en avión son los libros que nos puedan ayudar a entrenarnos para el caso de que tengamos que realizar un aterrizaje de emergencia y poder caer a tierra bien y sin hacernos daño. Aquí se incluiría a todos los libros relacionados con caídas: la caída de la casa de Usher, Descenso y caída del Tercer Reich, La caída de la bolsa de valores, La caída del Imperio Romano y también Alicia en el país de las maravillas, en el que la protagonista cae misteriosamente en un mundo desconocido.
Para leer en viajes en barco, se sugieren libros en los que abunde la sílaba flo, de flotar, que es lo que nunca se debe dejar de hacer al navegar. Por ejemplo, se podría recomendar la guía de los museos de Florencia, Iniciación a la floricultura, Anecdotario de la calle Florida, la vida de Florence Nightingale, La familia de los tornillos flojos, Flor nueva de romances viejos, Floristán y Florinda, un amor a flor de piel y Tratado sobre las condiciones apropiadas para cantar contraflor al resto.
Para los viajes en tren, la propuesta son libros que incluyan de manera prioritaria justamente esta palabra monosilábica: tren. Entrenarse es vivir, Entren a un mundo nuevo practicando el ikebana, Guía telefónica de Trenque Lauquen, Trento y el enigma de su fundación, Cuanto más se adentren tal vez más se desconcentren, El estreno del trono bajo el estruendo de los truenos y otros.
Para quien quiera leer en un viaje en taxi, lo recomendable son libros en los que todo lo relacionado con sintaxis sea poco relevante. De lo contrario se corre el riesgo de quedarse sin taxis o a pie.
Y si hubiera alguien con la osadía necesaria para leer mientras anda en bicicleta, lo recomendable serían libros sobre ciclos de cualquier cosa: El ciclo de las estaciones, El ciclo de vida de la mariposa, Ciclos de la agricultura según los climas y otros por el estilo.
Por último, voy a referirme a una obra que para mí es arquetípica de los libros de viajes: La Odisea de Homero.
Odiseo o Ulises, nombre con que es más conocido entre nosotros, ha partido hace tiempo del hogar y lo añora. Ha combatido en Troya, se ha cubierto de gloria, y emprende el regreso al anhelado hogar. Para regresar tendrá que realizar un viaje largo, lleno de peripecias, aventuras, experiencias y, como todo viaje, con muchas posibilidades de aprendizaje. Ulises es el rey de Ítaca, que ha vencido en la guerra de Troya, y en el transcurso del viaje de regreso al hogar va perdiendo todo lo que había conseguido: la gloria, los honores, el botín, y finalmente, aun a sus compañeros y su nave. Lo que nunca pierde es su deseo de volver al hogar y su confianza en que eso es posible. El viaje se desarrolla de manera tal que para poder regresar a donde anhela deberá transformarse en pordiosero, es decir, en alguien que nada tiene.
Pero esa nada que tiene es también la sabiduría que fue adquiriendo durante el viaje y la fe en sus propias posibilidades de lograr lo que se propone. Sólo después de esa transformación podrá recuperar no solamente su hogar, a su esposa y a su hijo, sino también su trono.
Creo que todo buen libro nos deja de algún modo con las manos vacías cuando lo terminamos de leer. El mundo que habitábamos en él se desvanece y nos quedamos con nada. Pero esa nada, ese vacío, también nos hacen sentir plenos. El mundo en el que hemos vivido mientras leíamos ha desaparecido, pero nos ha dejado una experiencia que antes no teníamos. Esa nada es justamente lo que nos impulsa a querer leer otro libro, en un viaje, una odisea, en la que tendremos muchas aventuras y oportunidades de permanente aprendizaje y, por lo tanto, de transformación.

Gracias, Adela, por tu generosa autorización para mostrarlo aquí. (G.Vega)

miércoles, 2 de julio de 2008

Antiguas (del libro homónimo)

Hay días en los que una Antigua sabe muy poco
sólo cosas mínimas del presente
que la hacen ir y venir, como un viento hogareño, de la cocina hacia el mundo.
No ahonda en misterios
no pregunta ni contesta
y sólo se detiene para mirar
el cucharón de cobre o el rulo de naranja en la pared blanca.

- Ya es hora de cambiar algo, se dice, pero no sabe qué.

Y también existen días en los que conoce aún menos
llega al umbral mismo de la nada
y le da como una tocecita en los labios
y se frota un ojo y después otro
y se sienta a la mesa
y se dice
- ¿ahora qué?

De todos esos días que ella transita nacen otros
en los que ella atrapa una idea como a una mosca
y la retiene en la mano
y la entibia con preguntas
y la cuestiona
hasta que la mente responde
con una sola respuesta
que zumba y se vuela
cuando la acerca para escuchar.


Graciela Vega


martes, 1 de julio de 2008

Despuntados


A veces los ojos no pueden detenerse en un punto, se van con el paisaje. En el cuerpo cosquillea una sensación que paraliza. El instante de lo maravilloso. Sí, ese mismo tempo de lo "sin tiempo".
Hay lugares que viven sin tiempo. Como en los relatos. Y por esa razón será que me atraen desde que era pequeña. Esta foto es de un viaje a Yavi Chico, la Puna Jujeña. Ahí se ve el museo, que hace unos días se inauguró oficialmente. Estoy esperando noticias frescas...

Soltar la mano

La mano no va tan rápida como el pensamiento ni tan lenta como la emoción. Deletrear garabatos en un soporte nuevo es un pequeño desafío. No sé a dónde irá. En el mientras tanto aprenderemos cosas, como cada vez que uno se encuentra.