sábado, 30 de agosto de 2008

Otro viaje... otro cuento (publicado en Billiken).




El viaje de Zelmira

Por Graciela Vega
Ilustró: Silvana Benaghi

Apenas había bajado de su vieja escoba. Volvía de una andanza nocturna, de esas que le llenaban la cabeza de bichitos de luz. Entró por la puerta de atrás y se sacudió entera para no arrastrar la noche dentro de su casa. Alguna luciérnaga siempre entraba con ella y la iluminaba hasta la cama. Pero esta vez las luces estaban prendidas y en un sillón la esperaba su amiga Amorina, con cara de complicación.
- ¿Y ahora qué?- le preguntó Zelmira sin vueltas.
- ¡Buenas!
- ¿Qué hacés acá a esta hora?
Amorina se paró y le entregó los pasajes que tenía en la mano.
- ¿Qué? ¿viajar a África? ¡Ni loca!- chilló Zelmira.
- ¿Por qué?- insistió su amiga.
- Guardá eso, sabés que no viajo en avión.
- Pero… mi primo Yaco quiere que vayas.
- ¿Y qué hace Yaco en África? ¿Se hundió en un pantano?
- No.
- ¿Se enredó en el cuello de una jirafa?
- No.
- ¿Entonces qué?
- Anda buscando caracoles en el Sahara.
- ¡Qué novedad! El desierto fue mar alguna vez.
- Pero vos sabés cómo guiarlo, te fascina ese lugar. Dale, Zelmi.
La brujita cerró los ojos un instante y se imaginó caminando por el desierto. Le pareció que la arena le cosquilleaba en los pies al recordar lo que tantas veces había contado su abuela rebruja.
- Sí, es una buena causa ir a buscar caracoles, dijo Zelmira.
- ¿Y entonces?
- Mi escoba está vieja para semejante distancia y en avión, no viajo.
- Animate, Zelmi.
Y Zelmira sintió que su cuerpo se estremecía. ¿Volar en ese aparato tan grande? ¿Remontar vuelo sin sentir el aire fresco en la cara? ¿Cómo sería eso? Usó su corazón como brújula. Toda la sangre en él le marcaba ir al Sahara. El desierto era un imán que la impulsaba. Lo intentaría.
………
A Zelmira el avión le pareció una lata enorme. Le desconfiaba. Pero, sin chistar, se acomodó en el asiento del lado de la ventanilla. Y esperó. Hasta que sintió ronquido de las turbinas. Pegó su cara al vidrio y vio cómo a lo lejos circulaban unos vehículos extraños, repletos de valijas. Amorina se sentó a su lado y se puso a leer una revista. Zelmira siguió paso a paso las instrucciones de la azafata para iniciar el vuelo. Se puso el cinturón bien apretado. Mientras el ruido crecía, su corazón iba imitando ese sonido. Latía fuerte. Y, de pronto, como empujado por varios caballos, el avión comenzó a andar… - ¡Ayyy!- gritó Zelmira. La cabeza se le hundió en el respaldo. Las piernas temblorosas se afirmaron en el asiento de adelante. El cinturón la mantuvo quieta mientras el avión levantaba vuelo. Amorina la miraba de reojo, casi aterrada de lo que pudiera hacer o decir su amiga. Sin embargo, cuando el avión flotó en el aire y las nubes rozaron las alas, Zelmira largó una lagrimita pequeña de emoción que rodó por el pasillo como un confite. ¡Qué lindo parecía el cielo desde un avión! ¿Por dónde andarían las escobas de las otras brujas? Más abajo que ella, seguro. ¿Sería la bruja que volaba más alto? Había transcurrido el tiempo breve de mirarlo todo, cuando el avión hizo el descenso. Allí estaba Yaco, esperándolas. No tardarían en dejar las valijas en el hotel y en salir en busca del desierto. Zelmira se dejaba llevar, mirando el cielo.
…….
Una pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar. Su amiga y Yaco han quedado retrasados. Zelmira no puede contener el deseo de andar. ¿Imagina o es un espejismo? ¡Uauh! En sus ojos, un mar despliega olas gigantes. Los caracoles bailan en el rulo de la espuma. El sol del Sahara la agobia. Entonces, apoya la mano derecha sobre su corazón brújula y la sangre se agolpa con ruido. El corazón salta como una carcajada y le indica que siga la huella. - ¿Qué huella?- piensa Zelmira, pero no tiene dudas de que encontrará alguna.
- Vamos, remolones- grita. Y la pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar.




Rozando los bordes del mapa




La nota sobre Inmigrantes, en Billiken, fue una de las que más disfruté. Siempre me gustó escuchar los relatos de aquellos que dejaron su tierra natal "en busca de". Con la geografía a favor o en contra. Cada vez que ellos cuentan... siento el desgarro como si fuera mío. Repaso de memoria: la ilusión que los movía hacia lo incierto. El desapego, la nostalgia, el mirar atrás y adelante en forma aleatoria. Detenerse y seguir. Las desilusiones como marco.
Más de una vez, corrida de esta mirada, pude ver con sorpresa la serenidad de los pobladores que no se han movido de la tierra. Entonces, me fluían preguntas y preguntas... Y me ponía a pincelar de manera rústica una clasificación entre: los que parten, los que se quedan, los que siempre parten. Así, de forma casera. Pensé: ¿Qué nos hace nómades a algunos mortales? Esa necesidad de andar... será que la ilusión se alimenta con levar las velas, treparse a lo que sea y partir. Y volver. Y necesitar volver para volver a salir.
Me remontaba al primer viajero de mi vida, mi Ulises, mi abuelo Nicola. Los relatos de sus andanzas por el África, la guerra, su serena prisión en una farm de Inglaterra. No olvido sus piernas llenas de marcas de proyectiles, siempre que él se sentaba en su banquito verde y se ponía a contar... yo le arremangaba el pantalón y miraba esos surcos marrones. Imaginaba, desde muy pequeña, que el mundo era demasiado grande y que seguramente había monstruos en él.
Hoy Nicola cumpliría sus 95. Y saldrá en la tapa de la Billiken. Una pequeña foto. Un inocente homenaje. Casi desapercibido como su vida. Dejó una sola semilla, mi madre. A punto de partir también, quién sabe a qué orilla. Salvo por la imaginación del Dante... hay viajes que no se sospechan.
Y me fui de lata. Los viajes. Los viajeros. A los que les bulle la sangre y no hay como quitarles esa obsesión: andar... para ir y venir. Será que no es tan grande el mundo entonces. Mientras viajan, rozan los bordes del mapa. Y lo real y lo ilusorio... ya no existen.


Graciela Vega

jueves, 28 de agosto de 2008

sábado, 16 de agosto de 2008

Regreso a casa




Una mujer antigua viaja en colectivo
con un almohadón de plumas atado al pecho,
armadura que instala esa distancia que otros tienen
pero que ella no,
porque el corazón de las antiguas
está pegado a la piel.
A veces duerme parada
con los golpes que la acunan
y sueña sueños de colectivos
breves
apurados
de ventanilla abierta
con curvas cerradas.
Son sueños para el viento
para perderlos al bajar.


ANTIGUAS, de Graciela Vega.

martes, 5 de agosto de 2008

Un viaje por la Feria del Libro




Otra Antigua

(Para Gloria Flamenca)

De tanto en tanto, las mujeres antiguas también pelean. Aunque no saben rabiar a gritos, ni patear el pecho del oponente para derribarlo con aires de victoria. Pero pelean. Y el adversario queda desarmado por la sorpresa, la duda, o el encantamiento. Porque ellas surcan el abismo por un cañadón, toman la distancia exacta para estar cerca y al alcance de los sentidos del enemigo. Oyen el viento. Respiran profundo. Se rodean el cuerpo con sus propios brazos y se conectan con la memoria visceral. Abren los ojos salvajes como cuevas negras y, sin mover los labios, exhalan un canto que golpea las piedras. Brutal audible llanto.
El enemigo quiere responder y se arma de puños, de gritos y de palabras.
Da un paso y tambalea.
El eco en el cañadón lo encierra y lo derriba.
Porque no puede
ni sabe
ni tolera dominar.


Del libro Antiguas, de Graciela Vega