
El viaje de Zelmira
Por Graciela Vega
Por Graciela Vega
Ilustró: Silvana Benaghi
Apenas había bajado de su vieja escoba. Volvía de una andanza nocturna, de esas que le llenaban la cabeza de bichitos de luz. Entró por la puerta de atrás y se sacudió entera para no arrastrar la noche dentro de su casa. Alguna luciérnaga siempre entraba con ella y la iluminaba hasta la cama. Pero esta vez las luces estaban prendidas y en un sillón la esperaba su amiga Amorina, con cara de complicación.
- ¿Y ahora qué?- le preguntó Zelmira sin vueltas.
- ¡Buenas!
- ¿Qué hacés acá a esta hora?
Amorina se paró y le entregó los pasajes que tenía en la mano.
- ¿Qué? ¿viajar a África? ¡Ni loca!- chilló Zelmira.
- ¿Por qué?- insistió su amiga.
- Guardá eso, sabés que no viajo en avión.
- Pero… mi primo Yaco quiere que vayas.
- ¿Y qué hace Yaco en África? ¿Se hundió en un pantano?
- No.
- ¿Se enredó en el cuello de una jirafa?
- No.
- ¿Entonces qué?
- Anda buscando caracoles en el Sahara.
- ¡Qué novedad! El desierto fue mar alguna vez.
- Pero vos sabés cómo guiarlo, te fascina ese lugar. Dale, Zelmi.
La brujita cerró los ojos un instante y se imaginó caminando por el desierto. Le pareció que la arena le cosquilleaba en los pies al recordar lo que tantas veces había contado su abuela rebruja.
- Sí, es una buena causa ir a buscar caracoles, dijo Zelmira.
- ¿Y entonces?
- Mi escoba está vieja para semejante distancia y en avión, no viajo.
- Animate, Zelmi.
Y Zelmira sintió que su cuerpo se estremecía. ¿Volar en ese aparato tan grande? ¿Remontar vuelo sin sentir el aire fresco en la cara? ¿Cómo sería eso? Usó su corazón como brújula. Toda la sangre en él le marcaba ir al Sahara. El desierto era un imán que la impulsaba. Lo intentaría.
………
A Zelmira el avión le pareció una lata enorme. Le desconfiaba. Pero, sin chistar, se acomodó en el asiento del lado de la ventanilla. Y esperó. Hasta que sintió ronquido de las turbinas. Pegó su cara al vidrio y vio cómo a lo lejos circulaban unos vehículos extraños, repletos de valijas. Amorina se sentó a su lado y se puso a leer una revista. Zelmira siguió paso a paso las instrucciones de la azafata para iniciar el vuelo. Se puso el cinturón bien apretado. Mientras el ruido crecía, su corazón iba imitando ese sonido. Latía fuerte. Y, de pronto, como empujado por varios caballos, el avión comenzó a andar… - ¡Ayyy!- gritó Zelmira. La cabeza se le hundió en el respaldo. Las piernas temblorosas se afirmaron en el asiento de adelante. El cinturón la mantuvo quieta mientras el avión levantaba vuelo. Amorina la miraba de reojo, casi aterrada de lo que pudiera hacer o decir su amiga. Sin embargo, cuando el avión flotó en el aire y las nubes rozaron las alas, Zelmira largó una lagrimita pequeña de emoción que rodó por el pasillo como un confite. ¡Qué lindo parecía el cielo desde un avión! ¿Por dónde andarían las escobas de las otras brujas? Más abajo que ella, seguro. ¿Sería la bruja que volaba más alto? Había transcurrido el tiempo breve de mirarlo todo, cuando el avión hizo el descenso. Allí estaba Yaco, esperándolas. No tardarían en dejar las valijas en el hotel y en salir en busca del desierto. Zelmira se dejaba llevar, mirando el cielo.
…….
Una pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar. Su amiga y Yaco han quedado retrasados. Zelmira no puede contener el deseo de andar. ¿Imagina o es un espejismo? ¡Uauh! En sus ojos, un mar despliega olas gigantes. Los caracoles bailan en el rulo de la espuma. El sol del Sahara la agobia. Entonces, apoya la mano derecha sobre su corazón brújula y la sangre se agolpa con ruido. El corazón salta como una carcajada y le indica que siga la huella. - ¿Qué huella?- piensa Zelmira, pero no tiene dudas de que encontrará alguna.
- Vamos, remolones- grita. Y la pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar.
Apenas había bajado de su vieja escoba. Volvía de una andanza nocturna, de esas que le llenaban la cabeza de bichitos de luz. Entró por la puerta de atrás y se sacudió entera para no arrastrar la noche dentro de su casa. Alguna luciérnaga siempre entraba con ella y la iluminaba hasta la cama. Pero esta vez las luces estaban prendidas y en un sillón la esperaba su amiga Amorina, con cara de complicación.
- ¿Y ahora qué?- le preguntó Zelmira sin vueltas.
- ¡Buenas!
- ¿Qué hacés acá a esta hora?
Amorina se paró y le entregó los pasajes que tenía en la mano.
- ¿Qué? ¿viajar a África? ¡Ni loca!- chilló Zelmira.
- ¿Por qué?- insistió su amiga.
- Guardá eso, sabés que no viajo en avión.
- Pero… mi primo Yaco quiere que vayas.
- ¿Y qué hace Yaco en África? ¿Se hundió en un pantano?
- No.
- ¿Se enredó en el cuello de una jirafa?
- No.
- ¿Entonces qué?
- Anda buscando caracoles en el Sahara.
- ¡Qué novedad! El desierto fue mar alguna vez.
- Pero vos sabés cómo guiarlo, te fascina ese lugar. Dale, Zelmi.
La brujita cerró los ojos un instante y se imaginó caminando por el desierto. Le pareció que la arena le cosquilleaba en los pies al recordar lo que tantas veces había contado su abuela rebruja.
- Sí, es una buena causa ir a buscar caracoles, dijo Zelmira.
- ¿Y entonces?
- Mi escoba está vieja para semejante distancia y en avión, no viajo.
- Animate, Zelmi.
Y Zelmira sintió que su cuerpo se estremecía. ¿Volar en ese aparato tan grande? ¿Remontar vuelo sin sentir el aire fresco en la cara? ¿Cómo sería eso? Usó su corazón como brújula. Toda la sangre en él le marcaba ir al Sahara. El desierto era un imán que la impulsaba. Lo intentaría.
………
A Zelmira el avión le pareció una lata enorme. Le desconfiaba. Pero, sin chistar, se acomodó en el asiento del lado de la ventanilla. Y esperó. Hasta que sintió ronquido de las turbinas. Pegó su cara al vidrio y vio cómo a lo lejos circulaban unos vehículos extraños, repletos de valijas. Amorina se sentó a su lado y se puso a leer una revista. Zelmira siguió paso a paso las instrucciones de la azafata para iniciar el vuelo. Se puso el cinturón bien apretado. Mientras el ruido crecía, su corazón iba imitando ese sonido. Latía fuerte. Y, de pronto, como empujado por varios caballos, el avión comenzó a andar… - ¡Ayyy!- gritó Zelmira. La cabeza se le hundió en el respaldo. Las piernas temblorosas se afirmaron en el asiento de adelante. El cinturón la mantuvo quieta mientras el avión levantaba vuelo. Amorina la miraba de reojo, casi aterrada de lo que pudiera hacer o decir su amiga. Sin embargo, cuando el avión flotó en el aire y las nubes rozaron las alas, Zelmira largó una lagrimita pequeña de emoción que rodó por el pasillo como un confite. ¡Qué lindo parecía el cielo desde un avión! ¿Por dónde andarían las escobas de las otras brujas? Más abajo que ella, seguro. ¿Sería la bruja que volaba más alto? Había transcurrido el tiempo breve de mirarlo todo, cuando el avión hizo el descenso. Allí estaba Yaco, esperándolas. No tardarían en dejar las valijas en el hotel y en salir en busca del desierto. Zelmira se dejaba llevar, mirando el cielo.
…….
Una pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar. Su amiga y Yaco han quedado retrasados. Zelmira no puede contener el deseo de andar. ¿Imagina o es un espejismo? ¡Uauh! En sus ojos, un mar despliega olas gigantes. Los caracoles bailan en el rulo de la espuma. El sol del Sahara la agobia. Entonces, apoya la mano derecha sobre su corazón brújula y la sangre se agolpa con ruido. El corazón salta como una carcajada y le indica que siga la huella. - ¿Qué huella?- piensa Zelmira, pero no tiene dudas de que encontrará alguna.
- Vamos, remolones- grita. Y la pierna baja y se hunde… y arrastra la otra para avanzar.