
Una historia breve. Graciosa y para guardarla. Subía al avión después de trabajar en Salta varios días. Agotada, sin dormir, con la boca ardida de empanadas y tamales. Las demoras de los vuelos por ese tiempo eran antológicos (noviembre del 2007). La promesa era desmayarme con el cinturón bien ajustado. Pero... sentada a mi lado iba Marina, con un libro tentador en un idioma que jamás había visto, el flamenco. Yo alargaba los ojos todo lo que podía pero nada entendía. Ya meciéndonos en el cielo, me animé a largar la primera palabra. Ninguna dominaba el idioma de la otra. Sin embargo conversamos todo el viaje, mientras su marido intervenía en inglés y nos orientaba. Aún seguimos comunicándonos como podemos, recién acabo de recibir estas fotos de aquella vez, ya que yo perdí varios archivos fotográficos. Marina comenzó a estudiar español en Bélgica, y yo a practicar un poco de inglés. ¿Cómo será el flamenco? Planeamos un viaje abierto.Me pregunto... ¿qué habrá más allá de las palabras? Somos lenguaje. Otro lenguaje.