martes, 8 de julio de 2008

PEREGRINAS


Comenzar por el final. No, no creo que este sea el final. Tal vez sólo sea el inicio de un final. Sabiendo que desde un punto siempre empieza otro del que nadie sabe nada. La hoja en blanco de la vida. De la misma manera en la que ahora mi mano se pone a escribir esta historia, hace mucho tiempo nuestros pies se pusieron en marcha. Nos largamos como peregrinas sin conocer más que el nombre del sitio al que queríamos ir. Ahora, en esta habitación que huele a madera añosa, saco mis papeles de viaje. Solo falta que los vaya ordenando en el relato.
No sabíamos entonces de la existencia de otras como nosotras. Otras peregrinas. Cada una iba por su propia cuenta. Nos había surgido la idea del viaje después de escuchar el relato de Matilde en el noticiero del mediodía. La historia no era breve pero la presentaron rápidamente. Era el testimonio de una mujer que había caminado hasta Corrientes para casarse en la iglesia de Mburucuyá, en señal de agradecimiento al Patrono del pueblo: San Antonio. Mucho después supimos quién era Matilde y por qué había caminado tantos kilómetros, surcando el miedo y la ignorancia por un camino sin mapas. Nada más lejano a lo que habíamos escuchado en la televisión.
Recuerdo que, mientras sacaba las milanesas del horno, me había preguntado “¿y por qué no voy?”. Sabía que caminando no iba a llegar y ni siquiera me atreví a planearlo. Pero si allí había sucedido el milagro, yo quería ir a husmear, confrontar mi materia humana con una sola evidencia celeste. Una sola tenía que bastar para transformarme en una peregrina.
Peregrinas, de Graciela Vega