domingo, 3 de mayo de 2009




Una historia breve. Graciosa y para guardarla. Subía al avión después de trabajar en Salta varios días. Agotada, sin dormir, con la boca ardida de empanadas y tamales. Las demoras de los vuelos por ese tiempo eran antológicos (noviembre del 2007). La promesa era desmayarme con el cinturón bien ajustado. Pero... sentada a mi lado iba Marina, con un libro tentador en un idioma que jamás había visto, el flamenco. Yo alargaba los ojos todo lo que podía pero nada entendía. Ya meciéndonos en el cielo, me animé a largar la primera palabra. Ninguna dominaba el idioma de la otra. Sin embargo conversamos todo el viaje, mientras su marido intervenía en inglés y nos orientaba. Aún seguimos comunicándonos como podemos, recién acabo de recibir estas fotos de aquella vez, ya que yo perdí varios archivos fotográficos. Marina comenzó a estudiar español en Bélgica, y yo a practicar un poco de inglés. ¿Cómo será el flamenco? Planeamos un viaje abierto.Me pregunto... ¿qué habrá más allá de las palabras? Somos lenguaje. Otro lenguaje.

Cuando el mundo entibie...


Una mujer antigua admira a los reptiles de corazón lento
de paciencia anatómica
que se adaptan
que sobreviven
que resisten a los cambios.

Ella sabe que no arriesgan moverse
si no les da la sangre
si no entibia el mundo.

Cuando encuentra alguno herido
mutilado
lo envuelve con su falda
lo refugia en su cueva
le relata cuentos que curan
y lo acaricia con devoción.

Una mujer antigua conoce el miedo y el frío
y sabe que el tiempo
el mágico tiempo de reparar lo perdido
llegará.

Ella espera con él
y cuando el ciclo concluye
lo despide
tomando distancia
y viendo cómo los pequeños pasos del reptil
afirman su libertad de cuerpo tan entero.


del libro ANTIGUAS, de Graciela Vega


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“(...) Regina hizo un ademán de no oírlo, aturdida por el ruido del lugar. Se cerró al diálogo. Lo saludó con la mano y salió a la calle. (...)

Ahora, mientras tomaba café, pensaba en los reptiles. De pronto recordó su primer contacto con ellos siendo niña: la lagartija escurriéndose de su mano y una pequeña cola atrapada que se movía haciéndole cosquillas. La había soltado con susto, pasando de la impresión a la pena.

Sólo después, cuando el abuelo Amadeo le explicó el comportamiento defensivo de esos bichos, se puso a observarlos con devoción científica.

Una presa que huye para salvarse, una parte de su cuerpo entregada sabiendo que la podrá regenerar. No era una metáfora, era la supervivencia de esa especie. Jugó con su mano, la abrió y la cerró sin pausa. Venas en relieve, mano pequeña de mujer. El puño no permanece, la palma se vuelve a extender una y otra vez. Levantó la cabeza y lo vio. Claudio se acercaba."


De "El Monte de Piedad" de Graciela Vega